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El marrón es el color que mejor sienta

25/06/2012

Isabel Molina

Con la llegada del verano, comienza para muchos la locura anti-grasa. Es hora de quitarse la ropa y con el striptease necesario llega la evidencia de que nuestros cuerpos no son tan esbeltos como la ilusión del invierno y las muchas capas de ropa, nos habían hecho creer.

A pesar de que todos conocemos la mejor dieta: comer sano y variado y hacer ejercicio, el mundo espera en secreto ese descubrimiento científico definitivo que nos permita ser delgados y vagos a la vez.

Aunque se sabe desde hace años que existen dos tipos de grasa, la blanca (la de los michelines) y la parda o marrón (un tipo de tejido adiposo que quema calorías en lugar de almacenarlas y que es esencial en los bebés), se creía que en la edad adulta la grasa parda desaparecía o tenía un papel insignificante. Pero recientemente se descubrió la capacidad de la grasa para cambiar de color: del blanco poco saludable a ese marrón quemagrasas.

En el último programa de Saludbiotec, el investigador Francesc Villarroya, que dirige el grupo de biología molecular de las proteínas mitocondriales en la universidad de Barcelona, nos habla del último descubrimiento en torno a esta grasa parda: una nueva hormona llamada irisina que es capaz de transformar un tejido adiposo en otro.

Lo bueno que tiene la irisina es que nuestro propio cuerpo es capaz de producirla, no es un fármaco. Lo malo para muchos, que parece que sólo se produce al hacer ejercicio. Los beneficios de la actividad física se conocen desde hace años, pero siempre se había pensado que era porque aumenta el ritmo metabólico y se queman calorías. Ahora se sabe que también cuando el tejido muscular produce esa hormona, se favorece el ansiado cambio de color de la grasa. El estudio llevado a cabo en ratones, demostró que un leve aumento de esta hormona en sangre, producía un gasto energético mucho mayor a pesar de que no hubiera cambios en la ingesta de comida y en el ejercicio.

Pero más allá de ese problema puramente estético que preocupa a muchos, la obesidad se está convirtiendo en uno de los grandes problemas de salud de este siglo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en el año 2008 había en todo el mundo 1200 millones de obesos adultos. Las enfermedades asociadas al sobrepeso (problemas cardiovasculares, diabetes u osteoartritis) suponen un grave problema y un coste sanitario inmenso, de forma que empieza a resultar imprescindible encontrar soluciones. La OMS alerta de que incluso en países en vías de desarrollo empiezan a convivir la desnutrición y la obesidad, sobre todo en el entorno urbano. Como ejemplo de esta paradoja: de los 40 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso, 35 son de países en desarrollo. Zonas muy deprimidas en las que cuando se alcanza un mínimo poder adquisitivo se tiene alcance a la comida basura: barata y con un alto poder calórico. Y es que comer sano es caro.

Villarroya es cauto a la hora de hablar del uso de la irisina para tratar la obesidad en humanos, ya que al ser una proteína no podría administrarse por vía oral sino que tendría que usarse como por ejemplo la insulina en los diabéticos, que se inyecta.  Y aunque es pronto para hablar de un tratamiento real, el investigador afirma que empiezan a ser necesarios fármacos para detener esta enfermedad, ya que se encuentran con millones de personas obesas a las que prácticamente lo único que se les puede recomendar es dieta y ejercicio. Y no todos están en condiciones de hacerlo.

Las investigaciones seguirán por la vía de estudiar en profundidad la ruta bioquímica que desencadena esta hormona e investigar posibles fármacos derivados de ella.  Así que parece que mientras llega ese definitivo milagro antigrasa, tendremos que ejercitar nuestra fuerza de voluntad (enclenque en muchos casos) o aferrarnos a la creencia popular de que de noche, al menos, todas las grasas son pardas.

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