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Comerse una manzana dos veces por semana

30/05/2012

Isabel Molina

Hace un año Michael Snyder, investigador de la universidad de Standford, era un tipo sano (al menos él se sentía así) que iba cada día con su mochila en bicicleta a su laboratorio en el Centro de Genómica y Medicina Personalizada.

Un año después, Snyder sigue sintiéndose igual de sano, pero ahora sabe que tiene riesgo de padecer una enfermedad coronaria, de desarrollar hipertrigliceridemia, diabetes y un carcinoma de células basales. Y el pobre se creía sano…

Son algunos de los resultados (o consecuencias, según se mire) del mayor experimento de medicina personalizada que se ha hecho hasta la fecha, y trata de demostrar que con las tecnologías actuales se puede analizar casi todo lo imaginable en un persona, desde su genoma hasta en qué momentos su cuerpo produce determinadas proteínas, la predisposición a determinadas patologías, la longitud de sus telómeros (un indicador de edad biológica de las células) o cómo influye en él una leve infección vírica.

A muchos nos parecerá que esto es sencillamente demasiada información, pero la nueva medicina hace tiempo que tiende a la personalización…. de tratamientos contra el cáncer, de análisis de los genomas de varias enfermedades. Es el futuro, y Snyder ya lo ha vivido en sus propias carnes.

Y como nos cuentan los compañeros del programa ‘Todo es química 7’, en esta nueva línea ‘personalizadora’ se encuentra también la foodómica.

¿Foo..qué?. La palabra suena extraña, sí. Pero si se coloca un guión hábilmente,  food-ómica,  empieza a cobrar cierto sentido.

Food, de comida en inglés, claro está, y el sufijo ómica, que proviene del griego (ω-μα ) –oma (conjunto o estructura biológica) y que la ciencia se ha apropiado para referirse al estudio en profundidad de sus distintas ramas. Es decir, que la foodómica sería el estudio de todo aquello relacionado con los alimentos y su efecto en las personas.

Foto de Altea Moreno

El científico del CIAL Alejandro Cifuentes es uno de los pocos investigadores en el mundo que se dedica a esta disciplina que según sus propias palabras “estudia la comida y la nutrición a través de la aplicación de tecnologías ómicas (proteómica, genómica o nutrigenómica) para así mejorar el bienestar del consumidor, su salud y su confianza”.

¿Pero los alimentos no se analizaban ya?. Sí, pero la foodómica pretende ir más allá utilizando la cantidad de información que se obtiene a través de las otras ómicas. Unirlo todo para llegar a conocer los alimentos de una forma exhaustiva. ¿Y para qué?. Por una cuestión de calidad, para evitar enfermedades, conocer la relación entre nuestros genes y lo que comemos, analizar los nuevos alimentos transgénicos que entran en el mercado, descubrir trazas de compuestos tóxicos…  en definitiva, tener una base de datos con las ‘huellas dactilares’ de todos los compuestos que se encuentran en cada alimento que nos llevamos a la boca.

Algunas de estas ómicas, como la nutrigenómica, van dando sus frutos y ya se conocen sus potenciales beneficios en enfermedades crónicas como el Crohn, en el que el propio sistema inmune de la persona produce inflamación en el intestino.

El objetivo último de la foodómica es la dieta personalizada, esa que, con la ciencia en la mano, nos diga de forma individualizada qué es lo mejor para nuestra salud.

Esta tendencia a conocer nuestro cuerpo con tanto detalle produce cierto vértigo, porque lo cierto es que estos análisis exhaustivos nunca nos dicen que somos estupendos, que tenemos un talento especial para pintar que no sabíamos, que podríamos nadar tan bien como Phelps o hacer integrales dificilísimas mientras nos duchamos.

Joaquín Sabina cantaba que no quería ‘comerse una manzana dos veces por semana sin ganas de comer’.  Y a mí me pasa algo parecido.

No es que no crea en los beneficios de la personalización de nuestra salud (por ejemplo identificar los tratamientos realmente eficaces para cada paciente y con menos efectos secundarios), pero también pienso que puede llegar un día en el que tendremos que cargar con demasiadas certezas en la mochila (qué enfermedades vamos a sufrir, qué alimentos no podremos ni tocar o cómo tendremos que actuar para huir de la enfermedad). Esa mochila que ahora a Snyder seguro que le pesa un poquito más cuando va (y vuelve, porque ahora hace más ejercicio) en bicicleta al laboratorio.

2 comentarios leave one →
  1. Rubén Alvaro permalink
    30/05/2012 11:37 am

    Es una pena que para un concepto novedoso (el análisis total y pormenorizado de la comida, que puede tener aplicaciones para ciertas enfermedades) hayan elegido semejante nombre («foodómica»). ¿Desde cuando se mezcla el inglés con el griego para hacer palabras? Por cierto, el investigador que invento el nombre es español. Es una verdad que no se puede saber de todo, y aunque la trayectoria de dicho científico es sin duda excelente, su conocimiento de griego (aunque sea de uso científico) es escaso. Sino sin duda lo llamarian «trofómica».

  2. 13/06/2012 7:14 am

    No puedo evitar pensar que esta nueva disciplina es otra moda científica superflua. Y ya llevamos unas cuantas en ciencia. Desde luego que no es necesario -incluso puede ser contraproducente- compilar más y más información detallada para conseguir una «salud individualizada». Los principios generales sobre prevención se han mostrado muy eficaces y aplicables a todas las personas, por muy individuales que seamos. En cuanto a la comida todos sabemos (o deberíamos saber) qué comer y qué no. Qué es comida y qué son porquerías comestibles.
    Todo este rollo nutricionista, que se va haciendo cada vez más complejo e inútil, puede reducirse a tres principios:
    1. Come comida
    2. Come poca cantidad
    3. Come principalmente plantas

    Podemos tener una buena vida y llevar una mochila ligera si cultivamos el análisis crítico y el sentido común.

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