Saltar al contenido

Me siento culpable, pero no es culpa mía

27/04/2012

Isabel Molina

Walter, no sin sufrimiento, examinó la carta.

Entre los horrores del metano expelido por el ganado bovino, las cuencas hidrográficas devastadas por los lagos de excrementos que generaban las granjas de cerdos y pollos, la catastrófica sobreexplotación pesquera de los océanos, la pesadilla ecológica de las gambas y el salmón de vivero, la orgía antibiótica de las centrales lecheras y el combustible derrochado por la globalización de la producción agrícola…eran pocos los platos que podía pedir sin remordimientos de conciencia.

 -A la mierda. Voy a pedir el entrecot”.

 Este párrafo pertenece a la novela ‘Libertad’, de Jonathan Franzen, considerada como Gran Novela Americana y que, aunque se centra en la vida de una familia norteamericana de clase media, va tejiendo de fondo y de forma constante la realidad actual, los graves conflictos de conciencia y consciencia (inconsciencia también) a los que nos enfrentamos. Los grandes problemas mundiales que a muchos generan un profundo sentimiento de culpa acompañado paradójicamente de un ‘no es culpa mía’.

Hoy en día la causa ecológica se ha convertido en algo omnipresente. Los medios de comunicación, los programas políticos…todos hablan de cambio climático, zonas deforestadas, agricultura ecológica, la pérdida continua de la biodiversidad. Lo grave de la situación está fuera de toda duda, y podría pensarse que creando conciencia del problema en la población, pueden llegar a obtenerse soluciones. Pero si uno se acerca un poco más a la cuestión, encuentra fisuras:

La culpabilidad que sentimos es superficial en la mayoría de los casos y se puede apartar fácilmente de nuestras cabezas. Por ello las propias empresas cuyo sistema de producción desaforado ha contribuido a lo que tenemos, han desarrollado mecanismos que aseguren su propia supervivencia a la vez que liberan de la culpa a la sociedad: vamos a la compra, nos llevamos cientos de productos empaquetados con plástico y más plástico…. pero luego pagamos por las bolsas en las que tenemos que llevarnos la compra porque así ‘ayudamos a reducir la contaminación y contribuimos al medio ambiente’. O por cada 10 juguetes que compraremos en Navidad, uno irá directamente a las manos de algún niño pobre en África. De esta manera, el acto de consumir lleva implícita la redención por ese mismo acto que sabemos que es injusto para el planeta (y para la humanidad). Son sólo un par de ejemplos, pero si nos detenemos unos segundos en nuestro día a día, veremos que éste está lleno de pequeños actos de caridad que alivian nuestras conciencias y permiten que la maquinaria de producción y el consumo sigan su ritmo imparable. Es lo que el filósofo esloveno Slavoj Žižek llama capitalismo cultural. Un capitalismo que se disfraza con buenos valores como solidaridad, caridad, bienestar, cultura y ecología.

 Con esto no pretendo decir que nada de lo que hacemos tenga su consecuencia positiva y alguna repercusión beneficiosa, pero son sólo parches que se van poniendo a un problema más profundo y que requiere cambios más drásticos.

Como afirma el filósofo francés Lucien Sève, lo que debería estar en el punto de mira es la ‘causa antropológica’ (al menos al mismo nivel que la ecológica), esta situación que ha llevado a la mercantilización de lo humano, una crisis de civilización que hace que muchos no encuentren su lugar en este mundo y que “una inmensa aspiración a cambiarlo todo tienda a no conducir a nada [ ] El pensamiento ecológico se enmarca ahora dentro de las formas nocivas de consumir antes que al modo inhumano de producir”.

Por su parte los gobiernos fomentan estas actitudes porque también aseguran así su supervivencia. Campañas en las que se nos culpabiliza del problema del agua y se nos anima a hacer pis en la ducha, otras en las que tomamos conciencia de la necesidad de reciclar..Políticas verdes pero extremadamente ‘light’ que hacen que la sociedad piense que los políticos están del lado bueno y que comparten la preocupación ecológica con la ciudadanía (que recordemos, tampoco está tan preocupada).

Nada ocurre salvo que aprendemos a vivir con nuestras contradicciones diarias, a superar esa culpa que empaña nuestra felicidad consumista: gritamos indignados los peligros de la energía nuclear mientras llenamos nuestros coches de carísima gasolina, llamamos desde nuestros móviles con sus pilas de litio para ver si nuestras parejas se han acordado de comprar tomates ecológicos, nos tomamos un café en el Starbucks porque así contribuimos a la agricultura justa…. La lista es infinita.

Mejor eso que nada, sí. Pero no parece que nada cambie y que el problema se  afronte como se debería. Coincido con Sève: tenemos un problema más humano que ecológico.

Y entonces llega la pregunta al final del día: ¿pero qué podemos hacer nosotros, humildes ciudadanos, contra todos estos problemas?.

De momento, y mientras se nos ocurre algo, comernos un entrecot.

*Este post lo he ‘rescatado’ de cienciaen35mm, donde lo publiqué hace un tiempo pero que creo que sigue estando de actualidad

No comments yet

Deja un comentario